Se trata de un proyecto familiar y de modesta escala, resultado de una larga preparación profesional y con el propósito de centrarse en la calidad más que en la cantidad. Cuentan con 17,3 hectáreas de viñedos propios y arrendados, diseminados en pequeñas (e incluso pequeñísimas) parcelas a través de los cuales Miguel y Érika van enriqueciendo el patrimonio familiar. Muestran con orgullo sus pequeñas adquisiciones, muchas de ellas rescatadas del abandono, y aún se sorprenden de que algunas estuvieran a punto de ser arrancadas. Viñedos viejos, centenarios, de rendimientos exiguos, donde ha podido más la pasión que los números, pero que hacen que este proyecto pueda reivindicar su compromiso firme para la conservación de la esencia riojana. El viñedo alberga hasta 8 variedades autóctonas y se encuentra inmerso en un firme proceso de conversión a la producción ecológica.
El nacimiento y posterior desarrollo de esta bodega no reposa sobre una larga tradición de varias generaciones de viticultores. Al contrario, se trata de un proyecto joven que demuestra el enorme potencial que aún tienen los terruños riojanos para, desde la reflexión y con las ideas claras, desarrollar proyectos de alta calidad. Desde 1994, cuando Miguel Merino padre elaboró su primera cosecha, la bodega ha crecido sensatamente hasta las actuales 33.000 botellas con 8 referencias distintas.